lunes, 12 de febrero de 2018

Día de SIN Valentín



A las mujeres nos enseñaron que el amor era desertar de nosotras mismas, que implicaba sacrificio y entrega absoluta.  Nos enseñaron que debíamos amar desde la sumisión, desde el constante esfuerzo por gustar al otro, a valorarnos desde la mirada de quien amamos y afirma amarnos.  Nos enseñaron que el amor lo aguanta todo, que lo trasciende todo, que incluso va más allá de la vida. Nos enseñaron a dejar de ser, a diluirnos…, a dejar de existir para empezar a ser una prolongación de otros: de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestra pareja.  A atender demandas inagotables, carencias y necesidades que no eran nuestras, a estar ahí siempre, a no necesitarnos.  A no pedir. A perder de vista quiénes somos, qué deseamos, qué buscamos…

Nos enseñaron que el sentido de nuestra vida era ser madres y esposas,  más allá de cualquier otra cosa.

Hay una cita de Simone de Beauvoir  muy clarificadora:
“El día que una mujer pueda amar no desde su debilidad, sino desde su fortaleza, no escapar de sí misma, sino encontrarse, no humillarse, sino afirmarse. Ese día el amor será para ella fuente de vida y no un peligro mortal”.

Nos enseñaron todo lo contrario.  Y para muchas mujeres el amor se convirtió en una trampa mortal, en una jaula dorada o en un enfangado suelo. Sin salida, Sin retroceso.  

Toda la herencia cultural con la que hemos sido educadas durante siglos de civilización judeocristiana ha estado orientada a crearnos para otros.  Esto, que necesita de una enorme fortaleza, ha sido sin embargo enmascarado en la creencia de que éramos el sexo débil, tan débil, que necesitábamos de un varón que nos protegiera, que nos amara y nos otorgara un lugar en el mundo, en su mundo:  para ser compañera en su trayectoria vital, para ser madre de sus hijos: parirlos, alimentarlos, cuidarlos, amarlos…
  
Todos nuestros referentes femeninos, heroínas de otras épocas que han dado todo por amor, fueron nuestras abuelas, nuestras madres. A ellas les aplaudieron su total entrega.  Y sin embargo tan silenciadas. No fueron a la universidad por amor a sus hermanos varones, que eran los que debían adquirir recursos personales para triunfar en el mundo;  no lucharon por una carrera profesional por amor a sus maridos, quienes eran los que debían pelear por ascender en sus carreras, mientras ellas les facilitaban el camino;  no atendieron sus inquietudes por amor a sus hijos e hijas, que debían sobrevivir bajo sus únicos cuidados. Todo a cambio de ellas mismas, de sus deseos, de sus necesidades, de sus inquietudes, de apagar muchas de sus potencialidades. Con el tiempo, sin embargo, nos otorgamos la licencia de tener aspiraciones y trabajos remunerados, siempre y cuando pudiéramos conciliarlos con el resto de obligaciones que el amor nos exigía. Solas, nuestras obligaciones…

Un amor hecho a la medida de quien gobernaba el mundo y pretendía gobernarlo para siempre…

Otra cita maravillosa, de Kate Millet:
“El amor ha sido el opio para las mujeres, como la religión de las masas.  Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban.  Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en la que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”.   

Vamos a celebrar el día de Sin Valentín.  El día en que anteponemos nuestro amor propio, nuestra dignidad, nuestro autocuidado y autorespeto frente a todas las necesidades ajenas. El día en el que nos planteamos, nos sentimos y nos vivimos como seres independientes, capacitadas para atravesar la vida sin la asfixiante necesidad de amar y ser amada, eligiendo libremente a quién, cómo, con qué limites, y de qué manera amamos a los demás.  Desde la completa libertad que nos permite dirigir nuestros pasos desde el presente hacia el futuro, tomando conciencia de nuestros deseos, nuestras necesidades, nuestras inquietudes.  Desde esa libertad que nos permite sabernos fuertes, no débiles; inteligentes, capaces de intervenir en el mundo que habitamos, sabiendo que tenemos derecho a moldearlo sin abandonarnos, sin diluirnos.  Activamente, no siendo para nadie, sino soberanas de nosotras mismas: de nuestro cuerpo, de nuestro tiempo, de nuestros días. Generosamente, amando sin que eso signifique dejar de ser, dejar de existir más allá de quiénes somos para otros.

En Sin Valentín, celebramos el amor propio, el amor más grande de nuestra vida. Con compañeros o compañeras de viaje que caminan a nuestro lado, no delante. Que valoran cada parte de nosotras y cada segundo de nuestro tiempo,  aceptándonos tal y como somos.  Compañeros o compañeras que han abandonado la manera insana de relacionarse desde la explotación, y que alientan nuestro estar en el mundo de igual a igual.

Sin conformarnos con menos…

Mar Tornero.
Comisión Comunicación PIM