viernes, 4 de agosto de 2017

#YoTambienSoyJuana

Estos días estamos asistiendo a un nuevo juicio circo mediático en el que los protagonistas principales vuelven a ser dos menores y una mujer víctima de violencia machista. A estas alturas todos desconocemos cuál será la sentencia final, pero hay algo que podemos asegurar sin riesgo de equivocación,  Juana Rivas, y sus dos hijos sufrirán el resto de su vida las secuelas del maltrato al que se han visto y se ven sometidos. La gravedad de esas secuelas dependerá de cómo sea de justa la justicia con ellos, mejor dicho, el sistema judicial.
Pero sea cual sea el resultado, muchas personas  señalarán durante mucho tiempo a Juana Rivas con el dedo acusador propinándole apelativos como “mala madre”, “interesada”, “desgraciada”, y otros muchos que se nos puedan ocurrir. Y todo ello Juana Rivas se lo podrá reprochar siempre a los medios de comunicación, que en su código ético deberían incluir de una vez por todas un artículo dedicado a proteger la intimidad de las personas, y por supuesto extrema delicadeza siempre que en las “realitytelenovelas”  que se montan para rapiñar audiencia se encuentren menores implicados.
Intentando mantener esta ética comunicativa no vamos a volver  a hablar más de Juana Rivas, no vamos a juzgar su caso, porque por desgracia en este país viven muchas Juanas, con sus hijos, o sin ellos gracias a unas injustas leyes o a unos injustos jueces que los han alejado de su lado. Pero si hablaremos de JUANA, de nuestra Juana, y probablemente de vuestra Juana.
JUANA cometió un grave error, darse cuenta demasiado tarde de que la pareja que había elegido cuando aún era demasiado joven poseía un grado de maldad tan elevado que sería capaz de cualquier cosa para mantenerla a su lado. Y no porque el maltratador de JUANA amase a JUANA, ni mucho menos, simplemente porque un maltratador únicamente necesita algo para seguir adelante: una víctima. Y una vez que encuentra a una que encaja perfectamente con su hoja de ruta vital no la dejará escapar tan fácilmente. Ella tendrá que sudar mucho sicológicamente y socialmente para salir de ahí.
JUANA se dio cuenta demasiado tarde que su maltratador llegaría a utilizar a sus propios hijos hacerle daño y retenerla bajo su yugo. Ella sabía que él era una persona altamente insensible, pero nunca se pudo imaginar que le exigiese a gritos en una habitación de hospital donde  sus hijos de pocos meses se encontraban gravemente enfermos que los dejase allí solos, al cuidado del personal del hospital, que lo harían mejor que ella, y que ella dedicase el tiempo que estaba malgastando en estar junto a sus hijos a trabajar para ganar dinero, que falta hacía. Nunca hubiese llegado a imaginar que solo dos días después de morir la madre de JUANA ese hombre insensible se fuese de casa llevándose a sus hijos y le espetase a la cara “sé que ellos son mi mejor arma para hacerte daño”. Ese era su modo de vengarse de JUANA, de que ella le hubiese dicho meses atrás que algún día se separaría definitivamente de su lado. Nunca se hubiese imaginado que después de esto volvería a convivir con esa horrible persona en un terreno sentimental completamente arrasado por las llamas de la maldad que el maltratador de JUANA era capaz de profesar. Nunca se llegó a imaginar que a la persona, a la primera persona, que le confesó que había sido víctima de abusos sexuales durante toda su infancia usase esta información para destrozar a su familia, que la utilizaría para vejarla, para mofarse de ella, para causarle un daño casi insoportable.
Y nunca se lo imagino porque JUANA era insegura, o más bien estaba insegura. Creía que todo podía ser fruto de su imaginación, o más bien eso era lo que le hacía creer su maltratador y sus acólitos (ojo con los acólitos, que son el ejército de jueces que luego lideran los señalamientos con el dedo al grito de “JUANA culpable”).
Llegó el día en el que JUANA reunió todas las fuerzas que le quedaban en un mismo saco, y se lo cargó a la espalda junto con sus  hijos. Y JUANA se fue. Intentó irse “por las buenas”. Pero no pudo. Su maltratador no le dejó. JUANA incluso llegó a dudar de nuevo. Pero la imaginación de JUANA, por suerte para ella, pasó a un plano completamente real cuando un profesional sanitario le dijo que su maltratador estaba a solo dos milímetros de ser un psicópata. ¿Quién lo iba a decir? Pero si parece tan buena persona! Fuera de casa, eso sí.
El maltratador continuó acosando a JUANA por todos los medios que tenía a su alcance (teléfono, correo electrónico, etc.) hasta el punto que JUANA se deshizo de toda su vida anterior. Excepto de sus hijos, eso es imposible. Ellos siguen ahí. Su padre los utilizó todo lo que pudo, quiso quitarle la custodia a JUANA, quiso subastar la pensión de alimentos, usaba cada visita del régimen impuesto para maltratar aquellas pequeñas mentes, manipulando, insultando en público y en privado.
JUANA se había jurado a sí misma que jamás volvería a tener una relación “seria”. Pero no cumplió su juramento. Y conoció a un hombre. Un hombre bueno. Y se enamoró. Fue entonces cuando JUANA conoció que la ira de un maltratador es tan ilimitada que puede hacer con sus propios hijos cualquier cosa por venganza: los puede secuestrar, les puede prohibir hablar con su madre (que estará deshecha por dentro de no saber nada de sus hijos durante días), les puede contar mil mentiras y mil batallas con tal desprestigiar la figura materna. Porque ahora el maltratador sabe que JUANA no volverá nunca.
El infierno agota. Todos los que hayan estado tiempo en él lo sabrán. No hay resiliencia suficiente para mantenerse en el infierno eternamente. A JUANA se le presentó una oportunidad para alejarse físicamente de su infierno, que también era el de sus hijos. Y se alejó.
Y en ese momento es cuando el ejército de acólitos del maltratador toma las armas liderado por las mentiras y manipulaciones de su líder: “me roban a mis hijos”, “que injusta es esta justicia”, “todo por la pensión, por la custodia”, “todo para hacerme daño”, y un largo etc. que os sonará porque son argumentos de sobra manidos en estos casos.
Pasa el tiempo. Y el protagonista del relato se va desenmascarando. Poco a poco, lentamente. Siempre es mejor que una estatua de padre se vaya rompiendo poco a poco, se vaya desmoronando lentamente, hasta que solo quede el pedestal y los restos tirados por el suelo. Pero no siempre es  posible. Por eso muchas Juanas tienen que recurrir a huidas traumáticas, desobedientes judicialmente, que hacen que se dinamite la estatua del padre de un solo bombazo. Pero si el bombazo se vuelve mediático, la onda expansiva rebota, y se vuelve contra Juana, contra los hijos de Juana, y el sufrimiento se elevará a la potencia de la audiencia.
Nuestra JUANA es una mujer fuerte y valiente que pasados muchos años pudo poner nombre a lo que había vivido: violencia machista. Lo había vivido ella y también sus hijos. Pero JUANA nunca recibió golpes, nunca lució moratones, no tenía ningún informe médico ni policial que certificase lo que había sufrido. Lo que sí tenía JUANA era el corazón (ojalá fuera el corazón, porque la realidad es que es el cerebro) destrozado por las heridas que su maltratador le había causado durante tantos años. Pero no se veían.  Esas heridas solo las veían aquellos que conocían a JUANA perfectamente, que habían vivido a su lado los envites y los ataques propinados por aquella persona de maldad ilimitada que JUANA había elegido como padre de sus hijos, aquellos que sabían que detrás de la eterna sonrisa de JUANA había una batalla tras otra para mantenerse viva, para hacerse cada día más fuerte y poder llegar a ser algún día la auténtica capitana de su vida. Y aunque muchos vientos azoten su barco, y aunque sigue escuchando de vez en cuando mensajes de agravio por aquel lejano juicio social en el que muchos la declararon culpable, ella sigue capitaneando su vida con decisión, bajo fuertes tormentas y bajo plácidos días de sol y suave brisa.
Por eso pedimos a todos los que nos lean que no juzguen a las Juanas, incluida Juana Rivas, que no abran más vías de agua en sus ya destartalados barcos que han de capitanear muchas veces sin medios, sin marineros que las ayuden, sin combustible, y hasta sin viento que las impulse para seguir adelante en su rumbo. Y sin mirar atrás. Ni para tomar impulso.
Por eso pedimos que si no quieren a Juana Rivas en su casa la dejen navegar libre.


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