martes, 14 de noviembre de 2017

Lamentable campaña contra la violencia machista



Como si no tuviéramos bastante con la que tenemos encima las mujeres, no ya solo en este país, sino en el mundo entero, solo nos faltaba que un partido político que gobierna lance esta campaña para luchar contra la violencia contra la mujer.
 
¿Lo más grande de Galicia?  Supuestamente lo más grande del mundo también, ¿verdad?  Por eso estamos como estamos, por eso la desigualdad campa a sus anchas, la violencia en forma de maltrato cotidiano en lo emocional, en lo físico, en lo económico…
 
A la legua se ve que esa cosa que pretenden “campaña contra la violencia” ha sido diseñada por un hombre machista.  De machismo paternalista…

Señores del PP de Galicia y de España en su conjunto, dejen de mirarnos como si fuéramos unas pobrecitas e idiotas. Enormes, eso sí: santas, virginales…, lo más sagrado.  ¡Es una visión tan patética!!  Y tan insultante…    Que no, que lo que queremos es que señalen al maltratador, a la bajeza humana de utilizar la violencia para controlar a otros seres humanos, pero grandes, enormes…, que hacen la vida más agradable y bella a los demás.  ¡Que no!  Que si quieren denunciar la violencia contra la mujer pongan fotos de tíos violentos, imágenes de la degradación humana del machismo, que nosotras solo queremos vivir en paz, que somos normales, ni grandes ni pequeñas,  ¡normales!, con todo lo bueno y todo lo malo que puede cabernos en nuestra diversidad como mujeres.  Que no somos un milagro de la naturaleza ni de Dios ni de nada.  Que solo queremos que millones de seres humanos, con el machismo transportado en su herencia cultural,  aprendan a respetar a otros tantos de millones de personas de sexo femenino.   Que ser mujer no es ser más grande que ser hombre, ni más pequeño.   Que lo que tenemos es un problema social y cultural que no va a resolverse con una actitud paternalista, que eso es seguir emponzoñando el asunto.  

¿Cómo hacer ver a nuestros dirigentes que esto no funciona?  Que no somos especiales, que los especiales son los maltratadores, los asesinos, la desigualdad.  Que ahí es donde hay que poner el dedo y señalar…   Que apelar a ese sentimiento de protección es dañino, que eso engorda a la bestia, no la mata…  Que esa imagen y ese mensaje reproduce el veneno… , tanto en ellos como en ellas.  

No somos grandes, no somos especiales, no somos patrimonio de la humanidad al que cuidar y proteger, ni monumento admirable.  Somos personas, y solo personas. 

Señalen a la bestia, y denúncienla.  No a sus víctimas creando una imagen vergonzosa de las mismas.  No necesitamos que convenzan a nadie de que dejen de maltratarnos, nos basta con que actúen de manera inteligente y justa.  Cumplan con sus obligaciones, que entre ellas está la de proteger a la sociedad en su conjunto, en este caso frente al machismo.  ¿Dónde está el machismo en su cartel?

Afortunadamente, somos las mujeres las que llevamos siglos tratando de protegernos de tan infame trato.  

martes, 7 de noviembre de 2017


Mario Vaquerizo: "La que se deja acosar, tonta es por no haber cortado el rollo". Sabía que se estaba metiendo en un jardín, pero no le importó.


Algunos famosillos de pacotilla tendrían que hacérselo mirar. Atraer la atención de los focos a costa del sufrimiento ajeno, aderezado de un gran desconocimiento de la realidad social, no es nada moderno, "Sr.Nancy"


"El acosador, a la cárcel, y la que se deja acosar, tonta es por no haber cortado el rollo".
"No podemos decir nada, es como cuando estaba Franco. La dictadura de lo políticamente correcto, según digas unas cosas, parece que están defendiendo el acoso. Yo condeno el acoso, y todo el mundo acosador debería estar en el cárcel, pero también las otras... qué tontas o qué listas son por haberlo permitido. Si me dan una torta yo me voy corriendo"
Sr. Vaquerizo.



A veces tenemos que soportar declaraciones tan vomitivas como esta.  
A ver Sr. Vaquerizo, no es que usted sea políticamente incorrecto.  Es incorrecto intelectualmente también, porque a la luz de sus declaraciones se hace evidente todo lo que ignora, y la ignorancia al atravesar el cerebro, nos lleva a decir cantidad de sandeces si nos permitimos el lujo de lanzar al mundo nuestras opiniones.   Quizá entienda mucho de barcos, o de revistas del corazón, o de vaya ud a saber, pero lo que parece conocer sobre la desigualdad de género es muy limitado y mediocre.   
En su defensa diré que no es habitual, cuando alguien no se ha preocupado por formarse e informarse, poder discernir sobre este asunto tan complejo de la desigualdad inoculada desde la infancia, generación tras generación, siglo tras siglo, que ha llevado a la mujer a ser tan “tonta”, como dice ud, de quedar paralizada y silenciada frente al acoso machista, ya sea sexual o de cualquier otra naturaleza.   
Es por esto que le recomendamos que empiece a estudiar el asunto:  que comience por la naturaleza del machismo, continúe por el concepto “patriarcado”, y remate su formación con una clase magistral sobre “indefensión aprendida”.   

Estamos seguras de que tras beberse todo ese conocimiento tendrá una visión bien distinta del significado del acoso sexual.   

Cuando termine sus deberes avise y hablamos de ello si así lo desea. Mientras tanto, le rogamos encarecidamente que deje de ser tan torpe y tan… tonto.

http://www.huffingtonpost.es/2017/11/07/mario-vaquerizo-la-que-se-deja-acosar-tonta-es-por-no-haber-cortado-el-rollo_a_23269338/

jueves, 2 de noviembre de 2017


#metoo #yotambien

 #MeToo, en España #YoTambien,  es una campaña contra la agresión sexual impulsada por la actirz Actriz Alyssa Milano tras sugerir en Twitter que las víctimas de agresión sexual hicieran constar que lo eran para concienciar sobre esta lacra, tras el escándalo en torno al productor Harvey Weinstein. La campaña ha inundado las redes sociales. Millones de mujeres de todo el mundo se han sumado al #MeToo para denunciar el acoso y las agresiones sexuales, llegando hasta el Europarlamento 


Raquel Abeledo 

Estas son las experiencias personales de acoso o agresión sexual  sufridas a lo largo de mi vida que he elegido para intentar abordar todas las causas y escenarios posibles que acaban construyendo una sociedad machista. Empiezan a los 15 años, porque antes de esa edad estas actitudes se englobarían en una categoría distinta, que por supuesto también se debería denunciar públicamente.
A los 15 años: un sábado por la mañana había quedado con una amiga en una plaza de que yo no solía frecuentar. Al llegar allí ella aún no estaba. Unos chavales aproximadamente de mi edad que se encontraban allí se me acercaron, me llamaron zorra y puta, me escupieron, me zarandearon, me tocaron el culo, me “un largo etc.” La plaza estaba llena de gente. Personas que no dijeron nada. Supongo que pensarían que eran unos chavales en actitud de ligoteo con una chavala. Todo normal. Normalizado. Yo salí de allí corriendo. No le conté nada, ni a mi amiga ni a nadie. Sé que uno de ellos se llamaba Perico.
A los 16 años: una noche de verano en una verbena, un conocido (que debía tener unos dos o tres años más que yo) me arrastró a la fuerza a una zona oculta. Me tiró al suelo, se arrojó encima de mí, y mientras tocaba mi cuerpo cómo y por donde le venía en gana intentaba bajarme los pantalones. Mientras me decía lo buena que estaba y lo bien que “nos lo íbamos a pasar follando”. Después de mucho forcejeo conseguí escapar de debajo de su enorme cuerpo y llegar a la zona donde estaba el grupo de amigos con el que estaba cuando desaparecí. Ante la pinta con la que llegué, con aspecto de haber estado arrastrada en una batalla campal, como en realidad lo había estado, me preguntaron qué me había sucedido. Me avergoncé y dije que me había caído. Así, sin más. Sólo sé que se llamaba Diego.
A los 17 años: un chico un poco mayor que yo con al que no conocía demasiado se enamoró de mí. O eso creía él. Me lo dijo, me insistió. Estuve varios meses acosada por él. Me lo encontraba a menudo cuando menos me lo esperaba, cerca de mi portal, de mi instituto, de los lugares que frecuentaba con mis amigas. Siempre me miraba. A veces se acercaba a hablar conmigo y me decía que yo le gustaba mucho. Por más que yo lo rechazaba, diría que hasta con pena por no corresponderle, él volvía a insistir, una y otra vez. Una noche yo estaba con unos amigos. Sentí que me daban un toque en la espalda, ese gesto que usamos para llamar la atención de alguien en un ambiente ruidoso. Al volverme “ese chico enamorado de mí” apagó el cigarro que llevaba en una mano aplastándolo contra uno de mis ojos, y la copa que llevaba en la otra la rompió de un golpe contra mi cabeza. Dos de mis amigos saltaron en tromba  sobre él. Pidió perdón. Dijo que yo le gustaba mucho y no le hacía caso. Esta vez lo conté. Claro, no quedaba otro remedio. Y mi padre me animó a denunciar. Fuimos juntos a comisaría. Tras unos días me llamaron y fui a reconocerlo. Y lo reconocí. Él también estaba con su padre. Resultó que su padre y el mío eran compañeros de trabajo. Su padre nos rogó que retirásemos la denuncia. Acabamos cediendo. De nuevo la compasión como gran aliada de la vergüenza y la culpabilidad para no denunciar, para que las agresiones vuelvan al  terreno de la normalidad. No recuerdo su nombre, solo su alcume, como llamamos los gallegos al mote. Mancuso.
A los 18 años: una noche salí con tres amigas. Íbamos andando por la calle, nos dirigíamos a un pub. Siento un “cachete en el culo”, bien fuerte, bien plantado. Y un piropazo guarro ininteligible para mí. Nos paramos las cuatro y nos encontramos con dos hombres jóvenes, altos, fuertes. Yo les pregunto indignada que porqué me tocan el culo por la espalda, a traición, sin preguntar. Acto seguido empieza un cruce de gritos entre los seis, algo típico, no normal pero si normalizado, de estas situaciones. De los gritos los dos hombres pasaron a las hostias. Durante un buen rato nos calló una auténtica somanta, porque aunque nosotras éramos cuatro e intentábamos mantenernos unidas ellos eran mucho más fuertes. En un momento uno de ellos aprovechó que yo había caído al suelo en medio del forcejeo y me dio una patada en la cara. Me partió el labio inferior. Ellos salieron corriendo. Nosotras también, en dirección contraria. En la calle había gente. Solo se acercaron cuando me vieron sangrando. Entonces nos preguntaron si podían ayudarnos en algo. Entramos en un pub al que solíamos ir. Le pedí hielo al camarero. Por supuesto me lo dio. Y hasta me consoló, y reprobó la actuación de los hombres que nos habían apaleado. Pero también hizo algún comentario del tipo “si es que sois tan guapas”.  Por supuesto ninguna de nosotras denunció. Ni siquiera lo contamos a nuestras familias. Lo normal. No por más normalizadas que estén estas actitudes son normales. A estos hombres nunca los había visto y jamás los volví a ver.
A los 19 años: vivía en Vigo, sola, compartía piso con unas personas a las que apenas llegué ni a conocer, una mujer mayor, su hija, y otro estudiante. En la Escuela de ingeniería en la que estaba matriculada aquel año las mujeres no debíamos alcanzar ni un exiguo  10% del alumnado. Yo solía salir de noche con la gente que había conocido en la universidad. Todas las chicas que había conocido vivían con sus familias. A mí nadie me recriminaba porque llegase demasiado tarde o demasiado borracha, por eso acababa las noches cuando me apetecía.  Por eso muchas noches me quedaba sola con chicos cuando las chicas volvían para su casa. Una de esas noches acabé con un chico que me caía bastante bien. Me propuso seguir la fiesta y cambiar de sitio. Tenía moto. Accedí a su propuesta. Enseguida me di cuenta que no íbamos a ir a dónde me había propuesto. Sin preguntarme condujo su moto hasta el Monte do Castro. Allí, bajo la luz de la luna con un hombre igual de joven que yo, tuve que escuchar  “pues si no follas conmigo te dejo aquí y yo me piro”. Y así fue. Me quedé sola, a kilómetros de mi casa, en medio de un parque, abandonada a mi suerte cerca de la luna. Llegué a casa exhausta de la caminata nocturna. Mi delito: no querer follar. No se lo conté ni a sus amigas ni a sus amigos. Yo en realidad no tenía amigos cerca. No se lo conté a nadie.
A los 20 años: vivía en Barcelona. Había huelga de trabajadores del metro. En hora punta los que conseguíamos subirnos a un vagón parecíamos sardinas en lata. Conseguí introducirme en medio de una marabunta humana en un vagón no podía ni moverme. De repente una mano de hombre me agarró una teta, y la empezó a magrear. Había tantísima gente, y estábamos tan apretados, que no conseguí seguir el rastro de esa mano, no fui capaz de unir la mano con la cara de la persona que la manejaba.  Monté en la estación de Passeig de Gracia, el cabrón se debió de bajar en Joanic, porque en esa estación mi teta quedó liberada. En esta ocasión no tuve ni oportunidad de ponerle cara a mi agresor. Pero tampoco le pedí que se identificara, no dije alto y claro “¿Quién coño me está magreando una teta? Basta ya”. Simplemente me dediqué a rastrear en un perímetro de un metro alrededor de mí de dónde saldría aquella mano. No vi ni la cara de este acosador.
En la veintena: el acoso sexual en el ámbito estudiantil. Debía de ser el mes de marzo o abril cuando pareció como sustituto para una asignatura un hombre de esos que no te hace falta mirarle a la cara dos veces para descubrir que es de los que te desnuda y te pone en todas las posturas sexuales posibles antes de que le hayas podido decir ni hola. Este tipo verbalizó una de sus ocurrencias diciendo textualmente, y a voz en grito, en una clase en la que debíamos de estar cuatro o cinco chicas y más de un centenar de chicos: “Raquel se cree que es tan lista como guapa”. Y ya dirigiéndose a mí expresamente “pues sepa usted que un nueve y un uno no hacen una media de cinco. Así que usted debe examinarse de “mi” parte en junio”. Por supuesto lo único que se escucharon en el aula fueron risotadas, jaleadas y machiruladas. Ninguno de los que allí estábamos, excepto yo, le dijo que el comentario estaba totalmente fuera de lugar. No sirvió de nada, porque ni que decir tiene que aquella nota de uno en su examen tenía un fin bien medido. El fin era una visita mía a su departamento. Yo como buena cabezota decidí no ir ni reclamar. Decidí examinarme de nuevo en junio. Estaba claro que no pasaría sin pena ni gloria con mi orgullo por su examen. Tenía que quedar bien claro que mi dignidad él la mandaba al carajo. El comentario que eligió para demostrarlo fue: “Fíjense que guapa está Raquel, que moreno luce. Como se nota que no ha estudiado nada y se ha preocupado más de divertirse y ponerse morena. No como sus compañeros, que tienen color de flexo” dirigido a toda la afición mientras esperaba a comenzar el examen. Por supuesto la única intervención fue la mía, y solo para pedirle que no me evaluase mi apariencia, que me evaluase solo el examen que iba a hacer. Resultado: un cuatro en el examen. En esta segunda evaluación sí fui al departamento. Le pedí a un compañero que me acompañara, no quería ir sola. El examen estaba sin corregir. Salí de allí con la asignatura aprobada, además de con un comentario muy revelador de mi compañero “no te miró a la cara, a las tetas bastante”. Y de nuevo con la dignidad vapuleada. En otra asignatura el profesor me tenía de mascota con la que entretenía a la clase que él no sabía motivar. Su clase era siempre a las cuatro de la tarde, y yo llegaba siempre un poco tarde. Había hablado previamente con él para explicarle que estaba trabajando y mi falta de puntualidad tenía una motivación. No puso problemas. Cada día cuando llegaba me dejaba que me paseara hasta la fila donde mis compañeros me tenían un sitio guardado. Era entonces cuando él me llamaba para que bajase a la pizarra, decía en alto que yo era una chica muy lista, que por eso “me sacaba tanto”. Lo que no decía es que además les hacía gestos a todos mis compañeros sobre mi físico a mis espaldas mientras subía hasta mi fila, como si estuviese jugando al mus, mueca va, mueca viene. Esto era tan sutil que nunca encontré la manera de encararlo, de decirle que no me hacía ni puta gracia que él hiciese que yo me pasease por su clase cómo quien pasea a un animal de circo. Ahora sé que no encontré la manera porque además estaba sola en esa empresa, porque la mayoría de los espectadores estaban encantados con la actitud de domador del que se supone que debía ser profesor. Del primero recuerdo que su apellido era Seijo, del segundo que su nombre era Roberto.
En la treintena: el acoso sexual en el ámbito laboral. De esta década tengo tantas experiencias que no sé con cual quedarme. Y aunque haya colgado un cartel en mi zona de trabajo en el que se podía leer “ZONA DE MICROMACHISMO CERO”, he decidido que la experiencia de la década sea una anécdota. Pretendo explicar el acoso constante, prácticamente diario, al que me vi sometida durante años en el ambiente laboral en el que la viví: mi primer día de trabajo en un astillero. Una vez que accedo a la zona de trabajo, el iluminado que me acompaña se da cuenta de que no hay vestuarios femeninos en los que me pueda cambiar la ropa para ponerme mi uniforme y equipos de seguridad para ir a la obra en la que voy a trabajar, un gran barco en construcción. Entonces improvisa y me dice que me cambie en una caseta que está a pie de obra que se utiliza como sala de descanso por los que a partir de ese momento serán mis compañeros y, jerárquicamente hablando, subordinados. Todos hombres. Se cuentan por centenas. Los que estaban dentro en ese momento salen todos para que me pueda cambiar con intimidad. Dentro la decoración no tiene desperdicio. Las paredes están completamente cubiertas de posters de tías desnudas, en bikini, en actitudes sensuales y sexuales. Desde un ventanuco puedo ver el corrillo de hombres que hay fuera. Deben ser unos veinte o treinta. De todas las edades, desde uno que tiene dieciocho recién cumplidos y por fin es legalmente contratable, hasta otro que supera los sesenta y está contando los días que le quedan para jubilarse. Cuando regresé del barco el empapelado interior de aquella caseta había desaparecido, solo quedaban rastros del pegamento del celo con el que había sido pegado. Cuando salí de la caseta vestida vestida “de calle” les dije a los integrantes del corrillo que se había formado de nuevo en la zona exterior  que no era necesario que redecorasen la caseta, que yo únicamente les pedía que me tratasen como una persona en el marco de la relación laboral que íbamos a tener que mantener, independientemente de que yo fuese una mujer. Ellos me dijeron que lo habían hecho por respeto. Era mentira. Los hombres que miran a las mujeres como trozos de carne con los que mantener relaciones sexuales de autoplacer no respetan a las mujeres.
Además quiero dejar dos perlas de frase machista que me han propinado:
– “Por fin te veo con una herramienta de tu condición”, que me dijo un jefe al verme con una fregona para secar el contenido agua que me había caído al suelo
– “No es femenino estar arrastrada por los suelos, pero así me gusta verte”, me dice un compañero mientras estoy haciendo una inspección en un motor en mantenimiento.
En la cuarentena: el acoso sexual continúa. Después de treinta años y a más de mil kilómetros de nuestro primer encuentro la casualidad ha querido que me haya encontrado con Perico. Me ha reconocido. Me ha dicho un “qué bien te veo”. Por supuesto lo he tenido que tratar con la educación que se exige para su puesto de trabajo, un hombre con poder (o es de poder). Me he vuelto a callar. Me he tenido que callar, y no por falta de arrojo. Me he tenido que callar por las consecuencias que me traerían mis palabras. Porque no me puedo permitir perder el trabajo, porque no me puedo permitir quedar en entredicho en mi puesto. Porque no me puedo exponer a la normalización de la cultura machista de esta sociedad en la que vivo como una Juana de Arco. Sociedad machista en la que viven mis hijos e hijas. Porque da igual que yo ya “no esté de buen ver”, que mi pelo tienda a platearse, que mi tez se arrugue y se manche hasta parecer un leopardo, que a mi cuerpo lo invada la celulitis y la flacidez. Da igual que ya no salga de noche. Da igual mi indumentaria. Hasta da igual que ya no esté en edad biológica de procrear. Todo da igual porque es actitud. Es comportamiento social. La sociedad no señala estas actitudes que tienen los hombres que reparten sus acosos y agresiones sexuales como actos reprobables. Señala a las víctimas. Las señala por no denunciar y por denunciar de más, por provocar y por no ser femeninas, por no saber parar a tiempo y por ser demasiado aventureras. Y por zorras, por guarras, por putas. Por ser mujeres en un mundo construido por y para hombres machistas.
Pero esto puede cambiar. Con unión.
Porque la unión hace la fuerza


martes, 3 de octubre de 2017


EN LA BATALLA NO TODO VALE


Las mujeres se convierten en víctimas dobles en todos los conflictos. 

Guerras, guerrillas, batallas y actuaciones desmedidas de fuerzas y cuerpos de seguridad de un estado que se supone democrático, convierten al cuerpo de la mujer en territorio de conquista de la violencia conquistadora.






El pasado domingo, se produjo en Cataluña una oleada de represión estatal contra ciudadanos manifestándose de manera pacífica en las calles. Sin entrar a valorar políticamente el objetivo de dichas movilizaciones, desde la Plataforma ‘Paro Internacional de Mujeres de Cartagena’ queremos denunciar los abusos sexuales sufridos por algunas de las participantes en dichas protestas a manos de los agentes uniformados que estaban encargados del mantenimiento del orden público.
Desde nuestra plataforma queremos hacer pública también nuestra repulsa no sólo hacia la violencia gratuita ejercida contra población civil desarmada y pacífica, si no también del abuso de poder ejercido por las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado hacia las mujeres presentes en las protestas. Algunos agentes realizaron tocamientos de pechos y entrepiernas de estas mujeres, con el proposito claro de ejercer su autoridad masculina sobre lo que consideran un campo de batalla más, el cuerpo de las mujeres, sometiendolas a una doble humillación, no sólo les pegaban como a sus compañeros varones, sino que además se aprovechaban de su cuerpo valiéndose de la situación de caos y su superioridad física.
La plataforma ‘Paro Internacional de Mujeres Cartagena’ exigimos al Presidente del Gobierno Mariano Rajoy, y al Ministro de Interior Juan Ignacio Zoido, que se esclarezcan los hechos ocurridos a este respecto, se depuren las responsabilidades oportunas y se dé un escarmiento ejemplarizante a estos funcionarios que utilizan su uniforme público para ejercer violencia machista sobre las mujeres.



domingo, 1 de octubre de 2017

AGUJAS DE DOLOR

María C. Betanzos Ferrán


Desde la plataforma PARO INTERNACIONA DE MUJERES DE CARTAGENA queremos ayudar a difundir las palabras de una madre a la que la violencia machista le ha arrancado una hija. Los sentimientos que revive con cada nuevo asesinato, con cada nueva vida truncada, con cada nueva madre herida para siempre.



"Un escalofrío cargado con millones de agujas recorre mi cuerpo, nace en los pies y asciende con rapidez hasta la cabeza. Siento el dolor físico ascendiendo en un violento oleaje. Pero el dolor más grande no está en mi cuerpo, el dolor más grande se sitúa en un punto que nadie puede ubicar, porque es la esencia misma del ser. Ese dolor que ningún médico puede tratar, ningún medicamento puede aliviar, no existe cura ni antídoto para los dolores del alma.


Cris, tu asesinato fue el que abrió la mayor caja de agujas que se derramó sobre mi alma, tras de ti otras cajas se abrieron, todas dolorosas, todas aumentando mi rabia y mi ira.

Nos siguen asesinando, esta semana una mujer en Puente de Vallecas, otra en Sestao, y una joven, casi una  niña, en Canteras, una niña que nacía cuando tu tenías 16 años y su familia festejaba su nacimiento, mientras tú, cerca de su casa, visitabas a tu abuela. También han encontrado a Marc y a Paula, dos jóvenes, casi niños también, que desaparecieron en Agosto, ellos también han sido asesinados.

Son muchas las cajas de agujas que se han esparcido sobre mi alma; vendrán más, muchas más, que se abrirán con cada asesinato que en estos momentos se está premeditando.
Y la vida cada día duele más, cada día un nuevo dolor hace más grande la herida, rellena la rabia, la ira, la desesperación de ver que no hay condenas justas, ver que asesinos salen libres mientras ninguna ley os devolverá la libertad de la vida, vuestra y nuestra condena, es una cadena perpetua, la vuestra la que os tiene bajo una lápida, la nuestra vivir sin vuestra presencia física.

Te amo mi vida"

martes, 26 de septiembre de 2017


AL JUEZ QUE DIJO QUE LAS NIÑAS DE HOY EN DIA SE HACEN FOTOS COMO PUTAS
Mercedes Cavas

No, señoría, las niñas no se hacen fotos como putas. La sociedad patriarcal de la que usted es máximo exponente hipersexualiza a las mujeres desde niñas hasta adultas.

La sociedad patriarcal de la que usted es máximo exponente enseña a las niñas que son mejores cuanto más enseñan y cuanto más se dejan cosificar.

La sociedad patriarcal de la que usted es máximo exponente cree que una mujer adulta que enseña los pechos es para sacar beneficio de ello, pero los hombres pueden andar sin camiseta por la calle sin miedo a ser juzgados.

La sociedad patriarcal de la que usted es máximo exponente cree normal perder el tiempo comparando a niñas que ni sabrán lo que es la prostitución con mujeres que están siendo explotadas por el simple hecho de ser mujeres y pobres, en vez de luchar contra ese gran negocio tan poco ético (e ilegal, que le recuerdo que es lo que a usted debería importarle) que es la trata de personas.

La sociedad patriarcal de la que usted es máximo exponente ha matado ya a 74 mujeres este año en nuestro país. Mujeres que nacieron, como nacemos todes, libres, pero murieron a manos de un pensamiento opresor como el suyo.

https://trib.al/MpGmGO0




viernes, 4 de agosto de 2017

#YoTambienSoyJuana

Estos días estamos asistiendo a un nuevo juicio circo mediático en el que los protagonistas principales vuelven a ser dos menores y una mujer víctima de violencia machista. A estas alturas todos desconocemos cuál será la sentencia final, pero hay algo que podemos asegurar sin riesgo de equivocación,  Juana Rivas, y sus dos hijos sufrirán el resto de su vida las secuelas del maltrato al que se han visto y se ven sometidos. La gravedad de esas secuelas dependerá de cómo sea de justa la justicia con ellos, mejor dicho, el sistema judicial.
Pero sea cual sea el resultado, muchas personas  señalarán durante mucho tiempo a Juana Rivas con el dedo acusador propinándole apelativos como “mala madre”, “interesada”, “desgraciada”, y otros muchos que se nos puedan ocurrir. Y todo ello Juana Rivas se lo podrá reprochar siempre a los medios de comunicación, que en su código ético deberían incluir de una vez por todas un artículo dedicado a proteger la intimidad de las personas, y por supuesto extrema delicadeza siempre que en las “realitytelenovelas”  que se montan para rapiñar audiencia se encuentren menores implicados.
Intentando mantener esta ética comunicativa no vamos a volver  a hablar más de Juana Rivas, no vamos a juzgar su caso, porque por desgracia en este país viven muchas Juanas, con sus hijos, o sin ellos gracias a unas injustas leyes o a unos injustos jueces que los han alejado de su lado. Pero si hablaremos de JUANA, de nuestra Juana, y probablemente de vuestra Juana.
JUANA cometió un grave error, darse cuenta demasiado tarde de que la pareja que había elegido cuando aún era demasiado joven poseía un grado de maldad tan elevado que sería capaz de cualquier cosa para mantenerla a su lado. Y no porque el maltratador de JUANA amase a JUANA, ni mucho menos, simplemente porque un maltratador únicamente necesita algo para seguir adelante: una víctima. Y una vez que encuentra a una que encaja perfectamente con su hoja de ruta vital no la dejará escapar tan fácilmente. Ella tendrá que sudar mucho sicológicamente y socialmente para salir de ahí.
JUANA se dio cuenta demasiado tarde que su maltratador llegaría a utilizar a sus propios hijos hacerle daño y retenerla bajo su yugo. Ella sabía que él era una persona altamente insensible, pero nunca se pudo imaginar que le exigiese a gritos en una habitación de hospital donde  sus hijos de pocos meses se encontraban gravemente enfermos que los dejase allí solos, al cuidado del personal del hospital, que lo harían mejor que ella, y que ella dedicase el tiempo que estaba malgastando en estar junto a sus hijos a trabajar para ganar dinero, que falta hacía. Nunca hubiese llegado a imaginar que solo dos días después de morir la madre de JUANA ese hombre insensible se fuese de casa llevándose a sus hijos y le espetase a la cara “sé que ellos son mi mejor arma para hacerte daño”. Ese era su modo de vengarse de JUANA, de que ella le hubiese dicho meses atrás que algún día se separaría definitivamente de su lado. Nunca se hubiese imaginado que después de esto volvería a convivir con esa horrible persona en un terreno sentimental completamente arrasado por las llamas de la maldad que el maltratador de JUANA era capaz de profesar. Nunca se llegó a imaginar que a la persona, a la primera persona, que le confesó que había sido víctima de abusos sexuales durante toda su infancia usase esta información para destrozar a su familia, que la utilizaría para vejarla, para mofarse de ella, para causarle un daño casi insoportable.
Y nunca se lo imagino porque JUANA era insegura, o más bien estaba insegura. Creía que todo podía ser fruto de su imaginación, o más bien eso era lo que le hacía creer su maltratador y sus acólitos (ojo con los acólitos, que son el ejército de jueces que luego lideran los señalamientos con el dedo al grito de “JUANA culpable”).
Llegó el día en el que JUANA reunió todas las fuerzas que le quedaban en un mismo saco, y se lo cargó a la espalda junto con sus  hijos. Y JUANA se fue. Intentó irse “por las buenas”. Pero no pudo. Su maltratador no le dejó. JUANA incluso llegó a dudar de nuevo. Pero la imaginación de JUANA, por suerte para ella, pasó a un plano completamente real cuando un profesional sanitario le dijo que su maltratador estaba a solo dos milímetros de ser un psicópata. ¿Quién lo iba a decir? Pero si parece tan buena persona! Fuera de casa, eso sí.
El maltratador continuó acosando a JUANA por todos los medios que tenía a su alcance (teléfono, correo electrónico, etc.) hasta el punto que JUANA se deshizo de toda su vida anterior. Excepto de sus hijos, eso es imposible. Ellos siguen ahí. Su padre los utilizó todo lo que pudo, quiso quitarle la custodia a JUANA, quiso subastar la pensión de alimentos, usaba cada visita del régimen impuesto para maltratar aquellas pequeñas mentes, manipulando, insultando en público y en privado.
JUANA se había jurado a sí misma que jamás volvería a tener una relación “seria”. Pero no cumplió su juramento. Y conoció a un hombre. Un hombre bueno. Y se enamoró. Fue entonces cuando JUANA conoció que la ira de un maltratador es tan ilimitada que puede hacer con sus propios hijos cualquier cosa por venganza: los puede secuestrar, les puede prohibir hablar con su madre (que estará deshecha por dentro de no saber nada de sus hijos durante días), les puede contar mil mentiras y mil batallas con tal desprestigiar la figura materna. Porque ahora el maltratador sabe que JUANA no volverá nunca.
El infierno agota. Todos los que hayan estado tiempo en él lo sabrán. No hay resiliencia suficiente para mantenerse en el infierno eternamente. A JUANA se le presentó una oportunidad para alejarse físicamente de su infierno, que también era el de sus hijos. Y se alejó.
Y en ese momento es cuando el ejército de acólitos del maltratador toma las armas liderado por las mentiras y manipulaciones de su líder: “me roban a mis hijos”, “que injusta es esta justicia”, “todo por la pensión, por la custodia”, “todo para hacerme daño”, y un largo etc. que os sonará porque son argumentos de sobra manidos en estos casos.
Pasa el tiempo. Y el protagonista del relato se va desenmascarando. Poco a poco, lentamente. Siempre es mejor que una estatua de padre se vaya rompiendo poco a poco, se vaya desmoronando lentamente, hasta que solo quede el pedestal y los restos tirados por el suelo. Pero no siempre es  posible. Por eso muchas Juanas tienen que recurrir a huidas traumáticas, desobedientes judicialmente, que hacen que se dinamite la estatua del padre de un solo bombazo. Pero si el bombazo se vuelve mediático, la onda expansiva rebota, y se vuelve contra Juana, contra los hijos de Juana, y el sufrimiento se elevará a la potencia de la audiencia.
Nuestra JUANA es una mujer fuerte y valiente que pasados muchos años pudo poner nombre a lo que había vivido: violencia machista. Lo había vivido ella y también sus hijos. Pero JUANA nunca recibió golpes, nunca lució moratones, no tenía ningún informe médico ni policial que certificase lo que había sufrido. Lo que sí tenía JUANA era el corazón (ojalá fuera el corazón, porque la realidad es que es el cerebro) destrozado por las heridas que su maltratador le había causado durante tantos años. Pero no se veían.  Esas heridas solo las veían aquellos que conocían a JUANA perfectamente, que habían vivido a su lado los envites y los ataques propinados por aquella persona de maldad ilimitada que JUANA había elegido como padre de sus hijos, aquellos que sabían que detrás de la eterna sonrisa de JUANA había una batalla tras otra para mantenerse viva, para hacerse cada día más fuerte y poder llegar a ser algún día la auténtica capitana de su vida. Y aunque muchos vientos azoten su barco, y aunque sigue escuchando de vez en cuando mensajes de agravio por aquel lejano juicio social en el que muchos la declararon culpable, ella sigue capitaneando su vida con decisión, bajo fuertes tormentas y bajo plácidos días de sol y suave brisa.
Por eso pedimos a todos los que nos lean que no juzguen a las Juanas, incluida Juana Rivas, que no abran más vías de agua en sus ya destartalados barcos que han de capitanear muchas veces sin medios, sin marineros que las ayuden, sin combustible, y hasta sin viento que las impulse para seguir adelante en su rumbo. Y sin mirar atrás. Ni para tomar impulso.
Por eso pedimos que si no quieren a Juana Rivas en su casa la dejen navegar libre.